viernes, 7 de marzo de 2008

Dieguito

La mesa para el almuerzo ya estaba lista, doce trozos de pan, tres para cada uno, pescado frito con un poco de arroz era el plato principal y al centro una gran fuente de barro con verduras que iban a usarse de ensalada. Sólo faltaba el agua.

- Sara, ¿Puedes sacar un poco de agua del pozo? – Dijo la madre que estaba sirviendo el último plato.

- Sí mamá. – Respondió la niña de aproximadamente unos diez años. Blanca, menuda, de cabellos castaños y ojos negros, vestía un vestido veraniego de color rosa. Cogió un balde de madera que estaba encima de un repostero también del mismo material. Salió de la pequeña casita de ladrillos pintados de blanco, y caminó por el jardín unos veinte pasos hasta llegar al pozo. Enganchó el balde a un fierro curvo y luego mediante una polea y una cuerda lo bajó para alimentarlo de agua.

Los minutos pasaron y la madre de Sara ya se había sentado a la mesa junto con su esposo y sus hijos.

- ¿Por qué demorará Sara? – Preguntó el hombre.

- Iré a ver. – Dijo ella

Saliendo de la casa, la madre de Sara escuchó un ruido que le erizó la piel. Alguien estaba llorando. El balde estaba al borde del pozo de piedras.

- ¡Sara! – Gritó la mujer creyendo que su hija se había caído dentro.

El lloriqueo de la criatura no venía desde dentro del pozo, si no desde la garganta de un niño pequeño apoyado en la pared de la casa. La mujer se detuvo.

- ¿Qué ha sucedido pequeño? – Dijo la mujer acercándose. El niño no dejaba de llorar. – ¿Cómo te llamas?

- Dieguito. – Dijo el pequeño de cabello castaño en forma de hongo y de ojos azules. Llevaba un overol azul encima de un polo blanco.

- Dime Dieguito, ¿Has visto una pequeña niña por aquí?

El niño asintió con la cabeza mientras se limpiaba las lágrimas con su pequeña manito.

- ¿Sabes a donde ha ido?

El niño volvió a afirmar con la cabeza y señaló el pozo.

- Dios… no.

La mujer dio media vuelta e intentó correr hacia el pozo, pero fue frenada por la pequeña mano de Dieguito que la sujetó fuertemente del brazo derecho y de un jalón la mandó al suelo.

- ¡¿Qué haces?! No ves que mi hija…

- Sé lo que le sucedió a tu hija. – Dijo seriamente el niño mirándola a los ojos. – Yo la arrojé al pozo.

- ¡¿Qué?!

- Así como haré contigo y con toda tu familia. – Los azules ojos del niño se iluminaron y dos colmillos se mostraron cuando abrió la boca para morderle el rostro.




Extracto del libro "El Catalizador" Por Augusto Murillo

1 comentario:

Max Pinedo Paredes dijo...

oye Cena, voy menos de la mitad del libro!! pero ve guardandome mi copia y firmada eh? que está bien bacán. Pajita tu blog también ;)