martes, 18 de marzo de 2008

Gabriel decidió entrar por una de aquellas puertas. Se paró en frente de una, y la abrió lentamente. Dentro encontró una habitación oscura que más parecía un baño de cantina de mala muerte. El olor a orín mezclado con vómito era insoportable. Dio unos pasos hacia delante y la puerta se cerró violentamente. Gabriel giró y a la fuerza trató de volver a abrirla. Era imposible. No podía abrirla desde dentro.

Arrojó dos patadas a la parte central de la puerta, pero ésta ni siquiera se movió un centímetro.

Al darse por vencido, trato de visualizar nuevamente la habitación donde se encontraba.

- Olor a mierda.

Puso la mano sobre la pared tratando de ubicar un interruptor de luz, que tardó en encontrar. No funcionaba. Los nervios de Gabriel estaban ya jugándo en su contra. Comenzó a transpirar y a dar pasos laterales apoyándose en la pared. Llegó a una esquina y trató de doblar junto con la pared, pero había algo en el suelo que lo obstruía. Bajó las manos y usando al cien por ciento el sentido del tacto, sintió una especie de masa con una manta encima. No tenía idea de lo que se trataba. Trató de bordearlo; sin embargo, su sorpresa fue espantosa cuando de la nada se encienden las luces y logra visualizar aquella porquería. Un inodoro cubierto de vómito con sangre, cuya tapa era la cabeza de un gordo con cabello negro y las piernas amputadas a la fuerza, como si hubieran sido arrancadas. Las nauseas de Gabriel fueron parcialmente controladas al llevarse las manos a la boca.

Las luces siguieron encendidas y alcanzó a ver el resto de la habitación, parecía una carnicería de humanos. Cuerpos mutilados, brazos, piernas colgando de clavos, huesos esparcidos por todo el lugar. El olor era insoportable. Habían tres cubículos cerrados y dos abiertos. Abrió lentamente una de las puertas y para su sorpresa, encontró un teléfono público pegado a la pared justo encima del inodoro.

- ¿Qué hace un teléfono público aquí?

Se acercó cerrando la puerta e intentó marcar. Aún se acordaba del número telefónico de la casa de Vincent. Era la única idea que se le ocurría en ese momento.

El teléfono no daba línea; estaba muerto; necesitaba una moneda. Hurgó en sus bolsillos, en el suelo. Nada.

Intentó nuevamente buscar línea pero fue inútil. Salió de ese cubículo y se dirigió a otro. Dentro no había nada raro, sólo un inodoro sucio llenó de sangre. Lo mismo en los siguientes cubículos. Menos en uno que no pudo abrir. Parecía estar cerrado desde dentro. Aun usando toda su fuerza no podía tumbar la puerta. Desde el cubículo del costado, intentó ver que escondía aquella puerta. Ingresando, puso su pie encima del inodoro para así apoyarse y alcanzar a ver. El cubículo estaba tapado. Un techo lo suficientemente fuerte como para aguantar sus golpes. No lo podía creer. Era demasiado, tenía que pensar.

Al momento de salir de ese cubículo vio en la puerta algo escrito con sangre: “Al caer la noche, las putas salen, llame al 0800 – 8365062”.

Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el cubículo continuo, miró detrás de la puerta: “La cruz encierra el premio gordo”

Esto ya no sorprendía a Gabriel. Esta pesadilla sin sentido no lo iba a dejar pensar nunca, pero tenía que salir de ese lugar; tarde o temprano dejaría de tratar de escapar y moriría en ese putrefacto baño.

- La cruz encierra el premio gordo.

Visualizó rápidamente el lugar, buscando algún crucifijo, o algo parecido a una cruz. Entró varias veces a los cubículos y buscar por mas mensajes, pero fue inútil.

- Cruz…Premio gordo…Gordo… ¡Gordo!

El gordo con las piernas amputadas en el piso. Aunque no quería acercarse a tal repugnante figura, no tenía otra. Tendría que voltearlo para ver que escondía esa masa asquerosa debajo de su cuerpo. Pero la mirada de Gabriel so congeló por cinco segundos. Había encontrado la cruz. Una pequeña pulsera con una cruz adornaba la muñeca del pobre hombre descuartizado, eso nunca lo iba a saber.

Se dirigió hacia la mano del gordo donde colgaba la pulsera y llegó a ver que la mano estaba fuertemente cerrada, como si el pobre desgraciado hubiera preferido que le arranquen las piernas antes de soltar lo que tenía dentro de la mano.

Pero ya estaba muerto. Gabriel con mucha repulsión y no tanta fuerza logra abrir la mano del cadáver. Una moneda.



Extracto del libro "El Catalizador" Por Augusto Murillo



viernes, 7 de marzo de 2008

Dieguito

La mesa para el almuerzo ya estaba lista, doce trozos de pan, tres para cada uno, pescado frito con un poco de arroz era el plato principal y al centro una gran fuente de barro con verduras que iban a usarse de ensalada. Sólo faltaba el agua.

- Sara, ¿Puedes sacar un poco de agua del pozo? – Dijo la madre que estaba sirviendo el último plato.

- Sí mamá. – Respondió la niña de aproximadamente unos diez años. Blanca, menuda, de cabellos castaños y ojos negros, vestía un vestido veraniego de color rosa. Cogió un balde de madera que estaba encima de un repostero también del mismo material. Salió de la pequeña casita de ladrillos pintados de blanco, y caminó por el jardín unos veinte pasos hasta llegar al pozo. Enganchó el balde a un fierro curvo y luego mediante una polea y una cuerda lo bajó para alimentarlo de agua.

Los minutos pasaron y la madre de Sara ya se había sentado a la mesa junto con su esposo y sus hijos.

- ¿Por qué demorará Sara? – Preguntó el hombre.

- Iré a ver. – Dijo ella

Saliendo de la casa, la madre de Sara escuchó un ruido que le erizó la piel. Alguien estaba llorando. El balde estaba al borde del pozo de piedras.

- ¡Sara! – Gritó la mujer creyendo que su hija se había caído dentro.

El lloriqueo de la criatura no venía desde dentro del pozo, si no desde la garganta de un niño pequeño apoyado en la pared de la casa. La mujer se detuvo.

- ¿Qué ha sucedido pequeño? – Dijo la mujer acercándose. El niño no dejaba de llorar. – ¿Cómo te llamas?

- Dieguito. – Dijo el pequeño de cabello castaño en forma de hongo y de ojos azules. Llevaba un overol azul encima de un polo blanco.

- Dime Dieguito, ¿Has visto una pequeña niña por aquí?

El niño asintió con la cabeza mientras se limpiaba las lágrimas con su pequeña manito.

- ¿Sabes a donde ha ido?

El niño volvió a afirmar con la cabeza y señaló el pozo.

- Dios… no.

La mujer dio media vuelta e intentó correr hacia el pozo, pero fue frenada por la pequeña mano de Dieguito que la sujetó fuertemente del brazo derecho y de un jalón la mandó al suelo.

- ¡¿Qué haces?! No ves que mi hija…

- Sé lo que le sucedió a tu hija. – Dijo seriamente el niño mirándola a los ojos. – Yo la arrojé al pozo.

- ¡¿Qué?!

- Así como haré contigo y con toda tu familia. – Los azules ojos del niño se iluminaron y dos colmillos se mostraron cuando abrió la boca para morderle el rostro.




Extracto del libro "El Catalizador" Por Augusto Murillo

jueves, 6 de marzo de 2008

La muerte de Pam

Oscuridad en su totalidad. Pamela Grant se encontraba en un ataúd, o eso creía ella. No podía moverse, estaba encerrada en una enorme caja oscura. Tanto los brazos como las piernas estaban estirados pero no alcanzaba poder moverlas por el espacio reducido. Lo peor de todo es que era claustrofóbica. El peor de sus miedos se apoderó de ella, definitivamente estaba viva. Enterrada pero viva. Comenzó a golpear la parte de atrás de su cabeza contra la madera hasta sangrar, necesitaba morir, no podía aguantar más. Llegaron las nauseas, luego los vómitos. Ni siquiera podía ahogarse con su propio vómito. Algo estaba saliendo de su boca junto con esa masa amarillenta, una cucaracha negra. Sentía como las pequeñas patas de ese insecto caminaban por su garganta, esta vez no podía sacudirse, ni gritar, se atoraba cada vez quería expulsar su angustia. Sentía también como caminaban esos bichos dentro de sus fosas nasales y de sus oídos. Esta vez Pam comenzó a estrellar su frente contra la caja, necesitaba perder el conocimiento urgente. El dolor era intenso pero más era la impotencia y desesperación. No pudo aguantar las ganas de orinar al sentir el cosquilleo de las cucarachas caminando por su entrepierna. Estaba a punto de perder ya el conocimiento cuando sintió la humedad en su espalda, no estaba segura ya de lo que sentía o no, pero era su propio orín lo que estaba inundando esa caja por dentro. No se estaba deteniendo. A pesar de saber que iba a morir ahogada por su propio flujo urinario.

Por segundos se sintió aliviada de que todo terminaría ya. El olor era insoportable, pero ya iba a finalizar. El líquido entró por su nariz y su boca. Apretó los parpados con toda su fuerza y aspiro fuertemente todo lo que pudo hasta que sintió que sus pulmones reventaban llevándole un coágulo de sangre directamente al cerebro hasta explotar.
Por fin ella había muerto.


Extracto del libro "El Catalizador" Por Augusto Murillo

El demonio llamado Lidianet

Mientras el agua caía sobre sus manos, sintió un ruido que venía desde el interior del inodoro. Como si unos golpes desde dentro intentaban abrir la tapa.

El niño cerró el grifo de agua y se acercó lentamente al aparato de cerámica blanca al que acudiría después del almuerzo. Otra vez el ruido lo inquietó. A primera impresión, él creyó que a sus padres o a alguno de sus hermanos se les cayó algo dentro. Levantó la tapa del inodoro y asomándose vio el agua dentro de color negro, pocos segundos viendo esa masa líquida le inquietó y antes que llame a su padre una burbuja comenzó a emerger desde dentro haciéndolo retroceder hasta chocar contra el lavatorio. Su voz se cuarteó impidiéndole gritar. No se trataba de agua de color negro, sino de cabellos oscuros de una mujer cuya cabeza salía desde el interior del inodoro. Sus pensamientos quedaron en blanco y no pudo reaccionar ante la forma de aquella serpentina silueta. Los cabellos negros mojados de la mujer cubrían parte de su blanco y desnudo cuerpo, el torso ya había salido por completo para luego mostrar su falta de extremidades inferiores reemplazadas por una cola de reptil verde lleno de escamas y húmedo por el líquido del aparato de donde salía. El niño intentó gritar una vez más pero su miedo lo traicionó nuevamente dejándolo paralizado y sus ojitos grises pudieron ver al final de su vida como eran arrancados por ese demonio que luego acabó arrancándole parte del cuello, dejando que su sangre se derrame por las losetas blancas del cuarto de baño.




Extracto del libro "El Catalizador" Por Augusto Murillo


sábado, 19 de enero de 2008

Soledad


Despertaste el día en que toda criatura del planeta dejó de existir. El fin del mundo llegó, y te encontraste solo sin saber qué hacer o a dónde ir. Caminaste y caminaste tratando de encontrar respuestas a puertas de la locura. El suicidio fue una alternativa, pero antes ... ellos aparecieron, vestidos de traje negro, son cuatro a caballo y te dicen que te llamas el Catalizador.



miércoles, 9 de enero de 2008

El Catalizador

Novela de terror y suspenso donde la realidad se mezcla con los traumas y deseos más impuros. Una batalla entre la soledad y los demonios que llevamos dentro. Entraremos en el infierno y probablemente no salgamos de él. El miedo invadirá nuestros cuerpos y experimentaremos todo tipo de dolor.
Algunas personas preferirán morir antes que seguir viviendo en este dolor.